Frankenstein de Guillermo del Toro se ha convertido en una de las grandes películas del año. Luego de un estreno exitoso en festivales, llegó el turno de un corto paso por las salas, que confirmó el interés alrededor del proyecto del director mexicano. Pero ha sido su estreno en Netflix lo que demostró el alcance de la cinta. No solo asombró y deslumbró al público. También, abrió un extenso —y habitual— debate sobre los límites de las adaptaciones y la forma en que cada autor, aporta una visión distinta a materiales clásicos.
Por supuesto, esto último no ha sido del todo del agrado de los lectores más puristas. Eso, a pesar de que Guillermo del Toro confirmó en varias entrevistas, que la historia llegaría al cine con algunos cambios esenciales, pero respetando la esencia del clásico de la ciencia ficción de Mary Shelley. Con todo, las licencias de autor del realizador —que también escribe el guion— han sido más que notorias. Algo que abrió la inevitable polémica acerca de qué tan parecida es la cinta a la historia en que se basa y más crítico todavía, si hay una verdadera razón para llevar a cabo cambios de semejante naturaleza. En especial, en un texto conocido por su precisión y compromiso de su autora para culminar cada conflicto que planteó de manera brillante.
Si eres de los que lamenta los cambios en la adaptación o quieres saber cuáles han sido, te dejamos una guía rápida para conocer las principales diferencias entre libro y película. De un personaje que cobra sorprendente entidad y agencia, a una visión acerca del contexto sobre la muerte y la vida que es mucho más dramática —y gótica— que la original. Se trata de una perspectiva profunda sobre una de las grandes películas de temporada. Ideal para los amantes tanto del inmortal libro de Mary Shelley y también, de Guillermo del Toro.
La época en que transcurre la historia

Aunque no se indica un año claro, Frankenstein de Mary Shelley ocurre en una época indeterminada del siglo XVIII. Un punto que, por supuesto, define las principales preocupaciones que expresó la autora a través de sus personajes. Por la época, los debates sobre la vida y la muerte, el dolor de la soledad, la industrialización, además de la desconfianza por la ciencia, estaban en todas partes. Mucho más, eran una revisión muy concreta acerca del choque frontal entre la ciencia y la religión.
Pero en la película de Guillermo del Toro, la trama ocurre 65 años más tarde de lo que se supone es el punto de partida de la historia, alrededor de 1818. Por lo que sucede en plena época victoriana. La salvedad permite al guion retomar las ideas principales de la novela a través de ángulos nuevos. Victor (Oscar Isaac), no es un estudiante intentando comprender lo sorprendente e inquietante de la ciencia. En lugar de eso, es un científico con todo tipo de recursos a su disposición. Algo que incluye tecnología de punta —para la época— que le permite construir un monstruo más parecido a un proyecto científico, que a una aberración experimental.
Victor Frankenstein, un hombre en medio de los grandes dilemas de su época

Otro cambio notorio con respecto a la novela original, tiene relación directa con su protagonista. En el libro de Mary Shelley, Victor es un joven estudiante de medicina obsesionado con el dilema de la muerte. En especial, en una época en que la medicina y la ciencia comenzaban a descubrir el hecho de la inevitable mortalidad. Mucho más, que había dudas sobre la permanencia del alma después de la muerte, al poner en duda la versión religiosa sobre la identidad y el alma.
Por lo que el Víctor literario, obsesionado con el horror del sinsentido de la vida, escoge dedicar su indudable talento a vencer a la muerte. Hacerlo como una obra arrogante y decidida a enmendar la obra divina y que, por tanto, le permita demostrar que la ciencia es la nueva religión. Pero en la película, Guillermo del Toro imagina a un Víctor adulto, victoriano, perteneciente a la aristocracia y sobreviviente a un padre abusivo. Mucho más, que ve morir a su madre Claire (Mia Goth), debido a la soberbia de Leopold (Charles Dance), su padre. Este último, un médico que intentó experimentar durante el complicado parto de su mujer.
El giro no es menor. Víctor, que en el libro batalla contra la culpa de su propia arrogancia, en la película debe enfrentar las consecuencias de su venganza. También, batallar como puede y de la manera que puede, contra la vergüenza de haber creado a una criatura por vanidad. Todas emociones que convierten a la pasividad cobarde y juvenil del libro, en violencia abusiva y en ocasiones física contra la criatura.
El adulto William Frankenstein

Otro cambio importante de la más reciente película de Guillermo del Toro, con respecto a la novela de Mary Shelley, está relacionado con un personaje clave. William, el hermano menor de Víctor, no es un niño, sino un hombre adulto que, además, participa de manera indirecta en la creación del monstruo. Interpretado por Felix Kammerer, es, además, el símbolo de la pureza perdida y la búsqueda de aceptación paterna que Víctor anhela.
Pero ahora, William es un hombre con su propia historia, que incluye un noviazgo e intereses por la ciencia. Algo que le llevará a convertirse en el centro de varias de las situaciones más complejas de la película. Y al final, en el vínculo que une a Víctor con sus esperanzas —codicia— de una vida totalmente distinta a la que debe enfrentar.
Elizabeth toma fuerza y el círculo cercano de Víctor desaparece

El cambio notorio de todo lo relacionado con el contexto que rodea a Víctor en Frankenstein, es, sin duda, la reinvención de Elizabeth (Mia Goth). En el libro, el personaje es la hermana adoptiva de Víctor y su posterior interés amoroso. Y aunque tiene la suficiente importancia como para protagonizar varios momentos claves —como defender a una amiga de la infancia de un juicio público—, el personaje tiene poco peso en la trama en general.
Algo que cambia por completo en la película. Ahora, Elizabeth es la sobrina de Henrich Halander (Christoph Waltz), el hombre que financiará los peligrosos experimentos de Víctor para crear vida. También, es la prometida de William y sin ningún interés amoroso por Víctor, lo cual cambia sustancialmente el contexto emocional del científico protagonista.
Uno de los cambios más complejos de la película, con respecto a la novela, también incluye eliminar al amigo íntimo de Victor, Henry Clerval y a la sirvienta Justine Moritz. ¿Un dato curioso? En la novela se acusa a Justine de la muerte de William.
Ese romance controvertido

La nueva agencia de Elizabeth —entomóloga e interesada en la ciencia— trae otro giro controvertido en Frankenstein de Guillermo del Toro. En la novela, Elizabeth no conoce a la criatura, sino la fatídica noche de bodas en que el monstruo la asesina por venganza. Pero en la cinta del realizador mexicano, Elizabeth sabe sobre la existencia de la criatura (Jacob Elordi) y de hecho, termina por enamorarse de él.
En un giro netamente gótico y concebido para detonar la idea de tragedia oscura, Elizabeth y la criatura, quedan unidos por el sentido de la rareza. Ella se percibe como fuera de lugar, una mujer que nadie a comprendido y al margen de lo que se le exige. Por lo que de inmediato, se siente identificada con la criatura creada por Víctor. Lo que da lugar a una de las escenas más dolorosas de la novela: en medio de un enfrentamiento, el científico intenta asesinar al monstruo. Solo para que Elizabeth se interponga y termine por morir en manos del hermano de su prometido.
Una criatura más humana

En el libro, Mary Shelley narra cómo la criatura abandonada por Víctor, se convierte en una máquina asesina, frustrada y furiosa, que termina por desatar una matanza. Pero en la película, la criatura encarnada por Jacob Elordi es una víctima de las circunstancias que termina por volverse violenta casi por accidente. Y por supuesto, no mata a mano desnuda a todo el que se atraviese a su paso.
El cambio es notorio, porque permite desarrollar mucho más, la idea de una criatura pura, que termina por ser lastimada y envilecida por la especie humana. Un tema que el libro enaltece y que en todas las versiones anteriores ha pasado más o menos desapercibido.

