Predator: Badlands, la más reciente entrega de la saga Predator a cargo de Dan Trachtenberg, logra algo sorprendente. Explorar en la saga desde un ángulo por completo novedoso e incluso conmovedor. Lo cual, claro, es toda una rareza en una franquicia que se ha distinguido por dejar claro que su monstruo titular es capaz de matar en cientos de maneras creativas y eficientes. Por supuesto, antes o después, las diferentes cintas de la saga han dejado claro que los Yautja tienen una cultura que, aunque basada en la cacería intergaláctica, tiene sus matices.
Desde coleccionar armas de los enemigos (como se mostró en la secuela de la película original estrenada en 1990), hasta las diferencias de rangos entre las criaturas. Un punto que resultó revelador en Depredadores de 2010. Paso a paso, las diferentes entregas analizaron el hecho de que los Yautja son una cultura compleja con sus propias peculiaridades y características. Pero es Dan Trachtenberg, el que ha explorado con mayor profundidad en ese punto. En Predator: La presa (2022), que deja claro que los alienígenas visitan la Tierra por motivos diversos, hasta en Predator: Asesinos de asesinos, en que hubo un vistazo a sus costumbres nativas. Hay mucho que explorar sobre el comportamiento de las peligrosas criaturas.
No obstante, es en Predator: Badlands donde el director y guionista profundiza de manera total en su visión de la cultura Yautja. Algo que incluye analizar su comportamiento, rituales de paso y hasta las relaciones emocionales entre miembros de una misma familia. Pero a pesar de lo interesante que resulta el punto de vista, se aleja —en algunos momentos, de manera total— del tono habitual de la saga. Algo que provoca que, a pesar de sus bondades, la cinta atraviese tres puntos muy polémicos que profundizamos a continuación.
Una visión conmovedora sobre una cultura netamente guerrera

Para contar su historia, la trama sigue a Dek (Dimitrius Schuster-Koloamatangi), un joven guerrero que se encuentra en una situación complicada. No solo debe obedecer las exigencias de una cultura hipercrítica y enfocada en la demostración de la habilidad física. También, con las de su propio padre, que tiene preferencias por su mucho más fuerte, hábil y confiable hermano Kwei (Mike Homik). Por lo que debe mostrar su valía en un viaje iniciático a un planeta en el que prácticamente todo es mortal.
Hasta aquí todo parece bien e incluso, una premisa sólida para una película de acción. Solo que, Predators: Badlands pertenece a una franquicia conocida por sus brutales criaturas, más allá de cualquier tipo de emoción y debilidad. De hecho, buena parte de la esencia de la cinta original y sus secuelas, es mostrar a una tribu de cazadores implacables. Mucho más, obsesionados hasta el autosacrificio en seguir sus objetivos. Por lo que hasta ahora, no hubo ningún intento de desarrollar su emotividad, espiritualidad o sus relaciones interpersonales.
La cinta lo hace y, aunque sin duda es un punto a favor en algunos momentos, en otros algunas escenas parecen fuera de lugar o directamente, sin sentido. Mucho más, cuando la película no ofrece un punto de vista especial sobre el recorrido de Dek para probarse a sí mismo. De hecho, la historia es bastante genérica y sin otro interés que probar que su protagonista, está en busca de su identidad. Un tema común en la ciencia ficción, pero sin duda, ausente en la saga Predator.
Un héroe para la franquicia

Hasta ahora, Predator concibió a sus criaturas como villanos. O en el mejor de los casos, cazadores de alto espectro que probaban sus habilidades en diferentes contextos. Pero siempre, dejó claro que los Yautja eran una especie violenta, implacable y fría. Que incluso, se perseguían entre sí y que no tenían el menor reparo en matar a millones, para culminar sus retorcidos circuitos de entrenamiento.
Por lo que el hecho de que Dek sea más o menos un héroe, no solo contradice por completo el punto central de la franquicia. También su principal premisa general. En realidad, la raza guerrera no es malvada en esencia —como lo demostró el honorable cazador de Alien vs. Depredador de 2004 — pero, ciertamente, no tiene interés en nada fuera de su violento estilo de vida.
Por lo que el cambio de punto de vista de Predator: Badlands, que supone una visión más meditada y complicada de su personaje, se aleja de ese núcleo netamente misterioso. Mucho más, convierte al extenso desarrollo de personaje de Dek en un elemento en ocasiones sensiblero. Que desentona con el ritmo total de la cinta y la saga.
Humor y amistad para ‘Predator: Badlands’

Pero, quizás, el giro más polémico de la cinta, sea la amistad de Dek con Thia (Elle Fanning), un sintético de Weyland-Yutani. Si ya era incómodo y hasta inexplicable todo el drama familiar alrededor de Dek, su cada vez más estrecho vínculo con el androide resulta inexplicable. No solo porque la entusiasta Thia tiene un amplio repertorio de comentarios graciosos, sino porque se convierte en la conciencia del Yautja en sus momentos más complicados.
Claro está, no es del todo infrecuente que haya toques de humor negro en sagas de acción. Pero en particular, en Predator: Badlans algunos parecen innecesarios y otros agregados, para distender el clima de peligro alrededor de sus personajes. No es un punto del todo desdeñable, pero sin duda, se aleja por completo de la violencia brutal, sofisticada y muy directa a la que la saga tiene acostumbrados a sus fanáticos.

