Laberinto en llamas, la película más reciente de Apple TV+ dirigida por Paul Greengrass, es, a primera vista, un típico drama de acción al estilo del realizador. Solo para demostrar, casi de inmediato, que es mucho más que eso. Basada en la tragedia real del incendio Camp de 2018 en California, la cinta es, ante todo, una visión sobre el sufrimiento y el heroísmo. También, una exploración acerca del valor de los héroes reales, a través de personajes imperfectos decididos a hacer el bien.
La historia, que adapta el libro homónimo de Lizzie Johnson, encuentra en el fuego una metáfora de la desesperación y el coraje humano. Paul Greengrass vuelve a usar su cámara subjetiva, casi documental, pero la combina con una sensibilidad poco habitual en su filmografía. No se limita a reproducir el desastre, sino que se detiene en la gente común que intenta sobrevivir. Tal vez esa sea la gran diferencia con sus obras anteriores: en lugar de concentrarse únicamente en la tragedia, ahora asoma la posibilidad de redención.
Por lo que el argumento de Laberinto en llamas, está más interesado en hacer preguntas incómodas acerca de cómo sobrevivir a un desastre de la naturaleza. En especial, cómo un ciudadano corriente puede actuar en medio de una situación que le sobrepasa y que es potencialmente mortal. Sin ser sermoneadora o querer dar lecciones éticas, la película explora en la capacidad de cada persona de hacer la diferencia. Todo sin caer en la cursilería o la sensiblería, apostando mucho más por una atmósfera complicada y terrorífica.
Valor, amor y fuerza de voluntad en ‘Laberinto de fuego’

Para eso, el guion sigue a Kevin McKay (Matthew McConaughey), un padre que intenta mantener a flote a su familia en el pequeño pueblo de Paradise. No es un héroe de manual ni pretende serlo. Vive con su madre enferma, Sherry (Kay McCabe McConaughey), y carga con el peso de una relación fracturada con su hijo Shaun (Levi McConaughey). Su rutina como conductor de autobús escolar apenas le alcanza para sobrevivir y, para colmo, su jefa Ruby (Ashlie Atkinson) parece empeñada en complicarle la vida.
Paul Greengrass presenta a Kevin como un hombre común, algo torpe, cansado, pero profundamente humano. Todo cambia cuando el fuego arrasa el bosque y Kevin se entera de que un grupo de niños, junto con su maestra Mary Ludwick (América Ferrera), ha quedado atrapado en medio del infierno. Lo que sigue es una odisea de humo, miedo y determinación, una travesía donde lo cotidiano se convierte en heroísmo accidental.

El guion, escrito por el director junto a Brad Ingelsby, no se preocupa por reinventar el género del drama de desastres. Más bien lo humaniza. Cada secuencia está construida para recordarnos que detrás de cada titular hay personas reales. Kevin no es el típico salvador con discursos épicos; es un hombre agotado que simplemente no puede mirar hacia otro lado. Mary, interpretada por una Ferrera convincente, funciona como su contraparte emocional.
Ella mantiene la calma cuando todo se derrumba, se aferra a los niños como si en ellos estuviera la última chispa de humanidad. La tensión entre ambos personajes sostiene la narrativa, incluso cuando la película se asoma a momentos de cierta previsibilidad. Lo notable es que, a pesar de basarse en una tragedia real, Laberinto en llamas nunca se siente manipuladora o en el intento de lograr la lágrima fácil. Al contrario, Greengrass parece obsesionado con capturar la dignidad en medio del pánico.
Grandes actuaciones en un drama bien contado

En conjunto, las actuaciones del elenco elevan lo que, en manos menos talentosas, habría sido un melodrama genérico. McConaughey, con su característico magnetismo, interpreta a Kevin con una contención sorprendente. No hay gestos grandilocuentes ni discursos heroicos, solo un hombre atrapado en una circunstancia imposible. Ferrera, por su parte, continúa una etapa sólida después de Barbie, aportando humanidad y templanza a Mary.
Es cierto que el guion no desarrolla su personaje con tanta profundidad, pero su presencia llena los huecos. La química entre ambos actores es discreta pero efectiva: dos adultos tratando de mantener la calma mientras el mundo arde. El resto del elenco cumple su función narrativa, aunque sin dejar una huella particular. Lo que sobresale es la interpretación de McConaughey, que logra ser vulnerable sin perder credibilidad.
Con su tono sofisticado y tenso, Laberinto en llamas representa una especie de madurez dentro del cine de Paul Greengrass. Ya no se trata solo de exponer el caos contemporáneo, sino de encontrar en él un resquicio de esperanza. Es una película que habla de la comunidad, de las pequeñas acciones que sostienen la humanidad cuando todo parece perdido. Greengrass no sermonea ni glorifica a sus personajes: los observa con empatía. El mejor punto de esta película poco común.
