Expediente Vallecas, la nueva producción de HBO, cuenta un caso que marcó un hito en la historia de España. Pero alejándose del amarillismo morboso. En especial, porque la producción ordena, a través de una investigación exhaustiva y testimonios reales de los protagonistas, los misteriosos sucesos que desconcertaron al país. En el verano de 1991, en el barrio madrileño de Vallecas, una familia de clase trabajadora comenzó a vivir una secuencia de hechos desconcertantes. Tan alarmantes y algunos tan directamente peligrosos —siempre según su relato— que terminarían inscritos en los archivos de la policía.
De hecho, esto último es el punto esencial para comprender la trascendencia del caso. Más allá de los dimes y diretes sobre la veracidad de lo ocurrido, lo más misterioso alrededor de la serie de eventos es que hubo testigos múltiples. Mucho más, que los sucesos se volvieron tan recurrentes, como para que incluso los vecinos de los afectados terminaran por ser observadores involuntarios de los supuestos fenómenos. Por lo que cuando la policía intervino a petición de la familia, levantó un expediente que, sin afirmar o negar directamente los eventos, sí dejó claro que hubo suficientes indicios de una situación anómala.
El episodio giró en torno a Estefanía Gutiérrez Lázaro, una joven de dieciocho años interesada en el espiritismo. Su súbito fallecimiento en circunstancias inexplicables, sorprendió a su familia por la falta de indicios médicos sobre lo ocurrido. Mucho más, cuando su casa, situada en la calle Luis Marín número 8, se transformó, en un epicentro de supuestos fenómenos extraños. De golpes en las paredes, muebles que se movían, voces incorpóreas, hasta figuras en sombras que agredían a la familia. La situación se volvió pronto insostenible o, al menos, eso se desprende de las declaraciones de las víctimas.

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La secuencia de los eventos en el caso Vallecas

No obstante, lo más curioso del caso, fue la inmediata atención de la prensa sobre lo que ocurría. Algo que se convirtió rápidamente en una obsesión nacional e incluso mundial. En particular, cuando los eventos comenzaron a ser tomados como ejemplo de investigación parapsicológica y de la prueba —bajo el método científico— de eventos sobrenaturales. Por lo que la combinación de superstición, miedo y prensa sensacionalista convirtió a un suceso doméstico en mito de la cultura pop.
No está del todo claro cuándo o qué provocó el comienzo de los sucesos. En especial, porque la familia Gutiérrez Lázaro, no tiene muchos indicios del comportamiento de Estefanía antes que todo ocurriera. De hecho, tanto en la serie de HBO, como en otros documentales y libros, apenas se describe a la fallecida como una joven normal. Una además, dedicada a la costura y que siempre había gozado de buena salud.
El punto en que coinciden todos los testimonios, es que, antes de la tragedia, Estefanía solía practicar sesiones de ouija junto a sus amigas. Por entonces, el juguete de Hasbro se había popularizado en España y convertido en parte de veladas y juegos infantiles. Según explicó la madre de Estefanía, Concepción Lázaro, la chica participó en varios encuentros semejantes. Pero durante uno de ellos, la sesión fue interrumpida por un profesor que rompió el tablero. Lo siguiente que ocurrió es una mezcla de versiones imprecisas y que parecen más rumores terroríficos que hechos.
Un evento fortuito que desencadenó el desastre

Rota la tabla, las amigas de Estefanía presentes, afirmaron que se liberó de la madera una especie de humo que la joven habría inhalado. Desde entonces comenzó a sufrir desmayos, episodios de angustia y comportamientos extraños. Dos semanas después, sufrió ausencias, problemas para concentrarse y todo tipo de síntomas que apuntaban a algún tipo de padecimiento neurológico. Pero la joven no acudió en ningún momento a tratamiento médico. Al mismo tiempo, en el piso con su familia, comenzaron a producirse sucesos inquietantes, que incluían desde la aparición de sombras, hasta voces inexplicables.
El 13 de julio de 1991, tras semanas de síntomas sin diagnóstico claro, Estefanía sufrió una convulsión y fue trasladada al Hospital Gregorio Marañón. Entró en coma y murió esa misma noche. La autopsia solo registró “muerte súbita y sospechosa”. A partir de ese momento, los hechos se salieron del terreno médico y se adentraron en el de la leyenda.
Una tragedia familiar que se volvió algo más terrorífico

La muerte de Estefanía no puso fin a los sucesos. Según su familia, los ruidos, sombras y movimientos continuaron, incluso con más intensidad. La madre, declaró haber escuchado risas desconocidas y la voz de su hija llamándola desde la habitación vacía. Las hermanas afirmaron que los crucifijos se movían solos, que los vidrios estallaban sin causa aparente y que, en ocasiones, las muñecas se golpeaban contra las paredes.
La situación se volvió insostenible y en 1992 la familia decidió pedir ayuda a la policía. Aquel fue uno de los pocos casos en los que las autoridades españolas redactaron un informe oficial sobre supuestos fenómenos paranormales. El 27 de noviembre, la familia Gutiérrez decidió llamar a la policía. El inspector José Pedro Negri acudió al llamado y revisó de manera concienzuda el domicilio.
¿Qué encontró la policía en el lugar?
El documento, firmado por el inspector José Negri, registraba hechos inusuales: una puerta que se abrió sola a pesar de estar cerrada con llave, un crucifijo que caía repetidamente y una sustancia viscosa, marrón, que rezumaba de una mesilla. Ninguno de los agentes pudo explicar su origen.
Los policías abandonaron el lugar con la sensación de haber presenciado algo que se escapaba de su competencia. El expediente, sin ofrecer conclusiones, se cerró, pero la historia se quedó rondando por el barrio. En 1993, una fotografía de Estefanía —en el salón familiar— se incendió espontáneamente: solo su rostro quedó ennegrecido. Fue el punto final para los Gutiérrez Lázaro, que vendieron el piso poco después.
Madrid, entre el mito y la sospecha

El caso Vallecas atrajo la atención de médiums, periodistas y escépticos. Los primeros hablaban de posesión, los segundos buscaban un titular, y los terceros intentaban desmontar el relato con argumentos clínicos. Más allá de las creencias, lo que sobresalía era el clima social de los noventa, marcado por un creciente interés popular en lo oculto. También, por las secuelas del fenómeno del pánico satánico, todavía reciente en la memoria colectiva. Los programas de radio y televisión explotaban el morbo de lo inexplicable, y la historia de Estefanía se ajustaba perfectamente a ese molde: juventud, espiritismo y tragedia.
Con el paso de los años, surgieron hipótesis alternativas. Algunos psicólogos apuntaron que la madre padecía trastornos de ansiedad y que su necesidad de atención pudo amplificar la percepción de los hechos. Un punto que se volvió centro del debate, a medida que la mujer, testigo privilegiado de los sucesos, cambió de versión en varias oportunidades.
La salud de Estefanía

En cuanto a los padecimientos de la fallecida, expertos sugirieron que Estefanía sufría epilepsia, dato confirmado más tarde por dos de sus hermanos. El padecimiento neurológico, con frecuencia, produce alucinaciones, desvaríos y ausencias, lo que coincide con lo sufrido por Estefanía antes de su muerte.
Incluso dentro de la familia persistieron desacuerdos. Muchas de las investigaciones proponen que los fenómenos físicos —fotografías quemadas, puertas rotas— tienen relación con la actuación de algún miembro de la familia. Un punto que se vuelve más complicado a medida que las versiones entre testigos han cambiado con el correr de las décadas. Mientras algunos defendían la versión sobrenatural, otros optaron por el escepticismo. Aun así, el informe policial —único en su tipo— reforzó el halo de autenticidad que rodea el caso hasta hoy.
Lo inexplicable bajo lupa

El documento del inspector Negri se convirtió en objeto de estudio dentro de la parapsicología española. Fue una rareza administrativa: un texto estatal que admitía no tener explicación para una serie de sucesos. Desde entonces, ha sido citado por investigadores, periodistas y curiosos que lo consideran prueba de que algo ocurrió. Lo cierto es que la policía jamás afirmó que fuera un fenómeno paranormal, solo que no podía describirse con los medios disponibles.
Por su parte, el vecindario mantuvo viva la historia. Algunos residentes de Luis Marín aseguraban escuchar ruidos en el piso vacío; otros se negaban a pasar por allí al anochecer. Los nuevos inquilinos, en cambio, nunca reportaron nada fuera de lo común, lo que alimentó la idea de que el miedo, más que los espíritus, era contagioso.
El caso, sin embargo, sirvió como espejo de un momento cultural donde lo inexplicable se mezclaba con la rutina. España, recién salida del franquismo, vivía una euforia mediática que convertía cualquier suceso extraño en fenómeno nacional.
La casa como escenario y símbolo

En la historia del caso Vallecas, el apartamento funciona casi como un personaje más. Sus paredes, los muebles y los crucifijos adquieren un papel simbólico: representan la lucha entre la fe, la enfermedad y el miedo. Lo doméstico se transforma en terreno de batalla entre lo racional y lo imposible. Ese contraste, tan propio del folclore urbano, explica por qué la historia sobrevivió tres décadas.
A nivel histórico, es interesante cómo este caso mezcla tres registros distintos: el policial, el médico y el religioso. Cada uno intentó explicar los hechos desde su disciplina, sin lograr imponerse al otro. Lo que para la ciencia era epilepsia, para la madre era posesión, y para la prensa, un suceso rentable.
El episodio también revela la fuerza de los medios de comunicación para moldear la memoria colectiva. Sin la prensa de 1991, el caso probablemente habría quedado como una tragedia familiar más, sin el añadido del fantasma que hoy lo acompaña.
La voz de los vivos y los muertos

Décadas después, los sobrevivientes de la familia siguen sin ponerse de acuerdo. Ricardo y Maximiliano, los hermanos, defienden que su hermana murió por causas naturales. Manuela, en cambio, sostiene que algo sobrenatural se adueñó del apartamento. La división familiar refleja el dilema más amplio entre la fe y el escepticismo.
En entrevistas recientes, los hermanos han descrito con distancia lo ocurrido, reconociendo que muchos elementos pudieron deberse a la sugestión. Sin embargo, admiten que ciertos detalles — como la fotografía quemada o los golpes registrados por la policía — siguen siendo difíciles de encajar. En esto radica la fascinación del caso: no en las respuestas, sino en la imposibilidad de obtenerlas.
A diferencia de otros sucesos paranormales, el expediente Vallecas conserva la particularidad de haber involucrado al Estado, al incluir en un documento oficial los testimonios de una familia aterrada. Ese cruce entre lo burocrático y lo espectral lo vuelve único.
De expediente policial a fenómeno cultural

Treinta años después, el caso Vallecas sigue siendo una referencia para investigadores de lo insólito. Libros, documentales y programas televisivos lo citan como uno de los pocos ejemplos de poltergeist reconocidos en registros oficiales. Su huella cultural es innegable.
En 2017, el director Paco Plaza llevó la historia al cine con Verónica, una versión libre inspirada en los hechos. La película, ambientada también en Madrid, convirtió el relato en ficción de terror contemporáneo y lo presentó ante una nueva generación de espectadores. Aunque Plaza modificó casi todos los detalles, mantuvo el corazón del mito: una adolescente, un tablero de ouija y un entorno que se descompone lentamente.
La adaptación renovó el interés público por el expediente original y abrió de nuevo el debate entre quienes creen y quienes no. Una vez más, la duda triunfó sobre la certeza.
Lo que queda en los archivos

El informe policial, la autopsia y los testimonios constituyen el núcleo documental del caso. Ninguno ofrece una explicación definitiva. Para los historiadores, el valor del expediente radica menos en lo paranormal que en lo sociocultural: muestra cómo una sociedad enfrenta lo desconocido cuando las instituciones no logran darle sentido.
El caso Vallecas también marca un punto de encuentro entre ciencia y superstición. La neurología no pudo demostrar la causa médica de la muerte, y la religión tampoco logró ofrecer consuelo. En ese vacío surgió el mito. Lo paranormal, más que una realidad objetiva, se convirtió en una narrativa colectiva sobre el miedo y la pérdida.
Con el tiempo, la historia ha funcionado como espejo de nuestra necesidad de creer en algo más allá del cuerpo. Por lo que el caso Vallecas no habla tanto de fantasmas como de las grietas en la razón moderna.
Un legado entre sombras
A día de hoy, el caso Vallecas continúa sin resolver. Pero su valor histórico no está en encontrar una respuesta, sino en lo que reveló sobre la sociedad española de los noventa: su fascinación por lo oculto, su fe en la prensa y su miedo a la enfermedad mental.
La historia de Estefanía Gutiérrez Lázaro se convirtió en leyenda urbana, material para debates, películas y análisis. El apartamento de Luis Marín, mientras tanto, sigue ahí, anónimo, testigo de cómo una tragedia familiar se transformó en mito nacional.
Quizá lo más inquietante del caso no sean los supuestos fantasmas, sino la persistencia del relato mismo. Porque, treinta años después, el eco sigue sonando, como si Madrid aún no hubiera cerrado del todo aquella puerta.

