Drácula, el vampiro más famoso de todos los tiempos, vuelve a los cines una vez más. El director Luc Besson, famoso por películas tan icónicas como El quinto elemento, El profesional (Léon) o Lucy, ha sido el encargado de ofrecer una nueva visión del mito escrito por Bram Stoker. A estas alturas es ya una de las historias más manidas que existen, con decenas de ejemplos solo en el siglo XXI, como la Nosferatu del año pasado, la serie de Netflix de 2020 o la divertida Renfield con Nicolas Cage de 2023. Por eso, la misión del cineasta era intentar ofrecer una versión distinta.
La trama de Drácula arranca con la devastadora pérdida que sufre el príncipe Vlad II: la de su amada Elisabeta. Desolado, el conde Drácula renuncia a Dios y, como consecuencia, es maldecido a la vida eterna, condenado a vagar solitario a lo largo de los siglos. Este es el relato sobre la historia de amor jamás contada del infame vampiro, que desafiará al destino y la mortalidad en busca de su amor perdido.

Drácula
Tras su paso por festivales de cine, llega a las salas la ‘Drácula‘ de Luc Besson. Una versión mucho más romántica de lo habitual, que explota con genialidad su componente gótico pero que no logra despegarse de la sombra de la película de Francis Ford Coppola, frente a la que sale perdiendo. Su estética es impecable y cuenta con escenas magistrales, pero su guion adolece de no ser tan brillante. Una apuesta correcta, que cae en el lado bueno de las adaptaciones de Bram Soker, aunque no en el de las excelentes.
Puro romance gótico
En su Drácula, el director no esconde en ningún momento las cartas con las que va a jugar. Luc Besson ha reconocido incluso en entrevistas que lo que él quería era hacer un drama romántico. Pero que muy romántico. La historia del legendario vampiro era la excusa. Así, nada más comenzar lo que nos muestra es a unos Vlad y Elisabeta absolutamente enamorados y pasionales. Es con este arranque con lo que la película sienta sus bases con mucho acierto.
Al perder a su amada, Drácula también pierde su corazón y su propia alma. El filme se centra en toda su primera mitad en la corrupción de ese joven príncipe que, con el paso de los siglos, se convirtió en un absoluto monstruo. Todo por la falta de amor, por la soledad eterna que le persigue. Sí, hay terror, hay sangre, asesinatos y escenas de pesadilla. Pero todo queda enmarcado bajo el velo del romance. A ratos, funciona, aunque por momentos se echa algo más en falta ser más incisivo con la leyenda vampírica.
Esta es una fábula romántica que, además, el director nos cuenta desde un enfoque totalmente gótico tanto narrativo como visual. El diseño de producción es exquisito, dejando imágenes espectaculares. El nivel de detalle es tremendo, al nivel de las mejores producciones de gran estudio. Vestuarios, escenarios, paisajes… A nivel estético, Drácula es una delicia.

Como la de Coppola, pero peor
Eso sí, ante toda esta premisa en su producción, lo que a todo el mundo se le viene a la cabeza ya no es tanto la novela de Bram Stoker sino la película de Francis Ford Coppola de 1992. Y es que, sí, por mucho que Besson quiera negarlo, esta Drácula es en muchos sentidos una copia de aquella. Imita su estilo, su tono de romance gótico… Es que hasta el diseño del conde es muy parecido.
Pero aunque esto sirva para ofrecer un aspecto muy atractivo a la cinta, también llega uno de sus grandes puntos flojos. Obviamente, es casi imposible competir contra aquella película. Y esta no es capaz de hacerlo. Por bien trabajada que esté, es sensiblemente peor, no puede despegarse de una sombra tan alargada. Y aunque los efectos prácticos estén conseguidos, los digitales son mediocres, especialmente unas gárgolas que parecen salidas de un mal remake live-action de Disney. A su vez, el guion es bastante menos impactante, sin frases que queden para la posteridad como aquella “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”.

Un final diferente
La semejanza de Drácula con la de Coppola lleva inevitable a preguntarse hasta qué punto era necesaria esta nueva versión. Por fortuna, su último acto sí es diferente, alterando la historia para regodearse aún más en la tragedia romántica de sus protagonistas. No es que sea un desenlace redondo, pero al menos se agradece ver algo distinto en una historia que ya nos sabemos de memoria.
Hay que reconocer que sí hay algunas escenas que quedarán impresas en la retina del espectador. Como ese divertidísimo número de baile en las cortes de los distintos estados europeos. O los incesantes intentos de suicidio del propio Drácula. Besson ha demostrado que, aunque no haya conseguido una obra excepcional, sigue teniendo buen pulso para dirigir.
Otro punto a favor del filme es su reparto. Caleb Landry Jones (X-Men) está estupendo como ese Drácula enamorado, triste, melancólico y maniático. Zoe Sidel está arrebatadora como Elisabeta y como Mina, en un papel doble singular de amante y víctima. Y Christoph Waltz se divirtió mucho el cura que persigue al vampiro. Aunque si hay alguien que se lo pasó como nunca fue la actriz Matilda De Angelis como la excéntrica y alocada vampiresa María.

En resumen, Drácula corría el riesgo de patinar y estrellarse como otra adaptación floja de la novela, pero Luc Besson logra salir indemne del proyecto. El cineasta ha vertido sus obsesiones románticas con un cuento de amor y terror gótico cuyo mayor pecado es la falta de originalidad, sobre todo al querer mirarse al espejo con la de Coppola. En cualquier caso, aunque no sea una película excelente, tiene más aciertos que errores. Quienes quieran ver la faceta más ñoña y enamorada del vampiro, la disfrutarán especialmente.

