De qué va ‘Plan de resurrección’, la serie más salvaje del catálogo de Netflix

De qué va ‘Plan de resurrección’, la serie más salvaje del catálogo de Netflix

En Plan de resurrección, la nueva y salvaje serie de Netflix, la venganza va más allá de la muerte. De hecho, tomar justicia comienza en el mismo momento que el villano de la ocasión, recibe la pena de muerte. Por lo que la serie de nueve episodios y ya disponible en la plataforma, toma un giro tortuoso. Eso, al preguntarse si fallecer es — o no — suficiente castigo para alguien que haya cometido crímenes de extrema crueldad. Para la serie, la respuesta es un rotundo no. Y quizás, esa perspectiva sobre matar o morir como un acto de expiación, sea su punto más duro. 

Por lo que la producción taiwanesa entra sin rodeos en el terreno del horror contemporáneo. Desde sus primeras escenas, la serie parece una celebración de los clichés más obvios del género sobrenatural: rituales con fuego, cánticos incomprensibles, un animal muerto que vuelve a la vida. Pero ese exceso inicial no es gratuito. Es una maniobra deliberada que abre paso a algo más profundo y más trágico: una historia sobre el dolor, la culpa y la imposibilidad de cerrar las heridas. Lo que parece un desfile de tópicos es en realidad el prólogo de una exploración emocional poco usual sobre el duelo y el sufrimiento.

Para eso, la serie se enfoca en dos mujeres rotas: Hui-chun (Shu Qi) y Chao Ching (Angelica Lee). Ambas comparten la pérdida más devastadora imaginable: la de sus hijas. Sin embargo, el dolor adopta distintos rostros. Jin Jin, la hija de Hui-chun, está en coma y sin posibilidades de recuperación. Hsin-yi, la hija de Chao Ching, fue asesinada brutalmente por Shih-kai (Meng-po Fu), líder de una red de trata que convirtió la explotación en negocio.  Por lo que tanto la una como la otra enfocan sus energías en conseguir justicia y en lograr vencer la corrompida burocracia legal de Taiwán.

El terror sobrenatural en el escenario de la venganza

A ellas se suma Huang I-chen (Alyssa Chia), una abogada que también perdió a su hija a manos de esa organización, pero tuvo la fortuna de, eventualmente, recuperarla. Las tres encarnan distintas dimensiones del trauma: la parálisis, la rabia y la necesidad de justicia. Plan de resurrección se alimenta de esa tensión moral, entre el deseo de reparación y la certeza de que ningún castigo humano puede equilibrar el sufrimiento.

Pero la serie toma un camino por completo inesperado, cuando incorpora un elemento sobrenatural a la trama. Cuando Shih-kai es condenado a muerte, Hui-chun y Chao Ching descubren que la justicia institucional no basta. Quieren algo más íntimo, más visceral. Por lo que ambas conciben una idea macabra: traer al asesino de vuelta a la vida para castigarlo durante siete días. Es un acto de desesperación disfrazado de venganza, una forma de prolongar el tormento tanto del culpable como de quienes lo ejecutan. Esa decisión empuja a las protagonistas al límite, convirtiendo la serie en una reflexión sobre el precio de la rabia. No hay héroes ni redención, solo una pregunta constante: ¿qué queda de una persona cuando todo lo que la sostiene es el odio?

El dolor, el miedo y lo inexplicable en ‘Plan de resurrección’

El guion apuesta por una narrativa lenta y calculada, centrada en la psicología más que en el espectáculo. La resurrección, aunque central, opera como metáfora: lo que realmente se intenta revivir son los vínculos perdidos, las versiones pasadas de sí mismas que murieron junto a sus hijas. Hui-chun y Chao Ching se enfrentan a su dolor de manera distinta: una se aferra a la esperanza del milagro, la otra abraza la oscuridad. Este contraste genera una dinámica emocional poderosa que sostiene el relato, más allá de su componente sobrenatural. La serie no explora el horror para asustar, sino para diseccionar el alma humana.

Plan de resurrección podría conformarse con solo ser un melodrama terrorífico. Pero, en lugar de eso, se mueve entre el realismo sucio y el simbolismo ritual. Las escenas domésticas, filmadas con una calma insoportable, muestran el peso cotidiano del duelo: la rutina de los cuidados, las redes sociales como medio de supervivencia, los silencios que sustituyen las conversaciones.

Frente a esto, los momentos de venganza y resurrección irrumpen como explosiones de irracionalidad. Esa dualidad mantiene a la serie anclada en la realidad, incluso cuando los elementos sobrenaturales amenazan con romperla. La dirección logra que lo absurdo parezca inevitable, que el horror se perciba no como fantasía, sino como una extensión lógica del sufrimiento humano.

Una historia que explora en la complejidad de sus personajes

Uno de los puntos altos de Plan de resurrección, es la manera en que indaga en las contradicciones, traiciones y en la ferocidad de sus personajes. Shu Qi y Angelica Lee construyen personajes llenos de matices: vulnerables, crueles, contradictorios. Ninguna busca la empatía fácil; ambas encarnan a mujeres que han cruzado el punto de no retorno.

Alyssa Chia, por su parte, aporta un contrapunto racional que apenas logra sostenerse frente al desmoronamiento moral del grupo. Las tres interpretaciones sostienen un relato que podría haberse hundido en el melodrama, pero que encuentra equilibrio gracias a su autenticidad. Incluso cuando el argumento coquetea con lo inverosímil, las emociones permanecen terriblemente creíbles.

Una mirada inusual sobre la venganza

Los dos primeros episodios actúan como preludio, concentrándose en el vínculo entre las protagonistas antes de que el elemento sobrenatural tome fuerza. Este ritmo pausado puede desesperar a quien busque giros inmediatos, pero es esencial para cimentar la tensión emocional que sostiene todo lo demás.

Cada plano, cada conversación, contribuye a que la venganza se sienta inevitable. Cuando la idea de resucitar al asesino finalmente aparece, no lo hace como sorpresa, sino como una consecuencia natural de tanto dolor acumulado. Esa lógica interna convierte a Plan de resurrección en algo más que un drama de venganza: es una reflexión oscurísima sobre la imposibilidad de sanar.

En conjunto, la serie combina tragedia, horror y crítica moral en un equilibrio inusual para una producción de Netflix. Sin depender de efectos espectaculares, logra construir un relato hipnótico que expone las zonas más oscuras del amor maternal y del deseo de justicia. Su mayor mérito es mantener la credibilidad incluso cuando la premisa se vuelve delirante. The Resurrected demuestra que el horror contemporáneo no necesita monstruos para inquietar: basta con mirar de cerca lo que el dolor puede hacer con el ser humano.


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