Hamnet (2025) de Chloé Zhao, se ha convertido en una de las grandes favoritas de la recién comenzada carrera por los Oscar 2026. Razones no faltan. Lejos de las autopistas y caravanas de Nomadland, la directora vuelve a uno de sus temas favoritos: la vulnerabilidad y el dolor del ser humano. Pero esta vez, lo hace desde un escenario poco convencional. La Inglaterra del siglo XVI y en especial, la vida doméstica de la familia Shakespeare. Adaptación del libro homónimo de Maggie O’Farrell, la cinta explora entonces todo el dolor que desencadenó una de las mayores creaciones literarias de la historia. A saber: la obra Hamlet, conocida por su potencia emocional y simbólica.
Para eso, y de la misma forma que el libro que adapta, Hamnet explora en una versión alternativa de la misteriosa vida privada del escritor. Y en particular, en su esposa Agnes (Jessie Buckley), una especie de encarnación de la fuerza de la naturaleza. La directora —que también escribe el guion— toma la interesante decisión de alejarse de los pocos datos que se conocen sobre la figura histórica. Por lo que Agnes, antes que una dama discreta, es la hija de una bruja que vive en el bosque y conoce de primera mano el sufrimiento. Por lo que cuando conoce al joven William (Paul Mescal, en una brillante actuación), ambicioso y talentoso, siente una inevitable atracción hacia él. Eso, al adivinar que hay una tragedia en puertas en la vida del futuro bardo inglés.
La trama de Hamnet profundiza con cuidado en esa unión casi predestinada. Y cuando el amor —y el matrimonio— llegan, lo muestran como un suceso marcado por el destino. Pero, lo verdaderamente potente de la película ocurre, cuando esta vida idílica queda marcada por un duelo devastador. Es entonces cuando la película abandona su tono de drama histórico, para indagar en la naturaleza del duelo, el miedo y la necesidad de redención. Todos temas a los que la realizadora consigue brindar belleza simbólica con un apartado visual, naturalista y en el que la fuerza del bosque y los árboles, reflejan el agudo dolor de sus personajes.
Un juego de puntos de vista para una de las películas del año

De modo que, más allá de interesarse solo en la historia de Shakespeare y la muerte que marcó su carrera literaria, Hamnet toma una decisión audaz. La de reescribir lo que la cultura pop conoce sobre Shakespeare, su manera de escribir y su pasión por los dramas humanos. De hecho, en muchos puntos, la película se siente como una respuesta a Hamlet escrita desde el otro lado del espejo. Si el príncipe danés reflexionaba sobre ser o no ser, Zhao explora cómo seguir siendo cuando la vida insiste en desmoronarse.
Sin embargo, más que eso, Zhao logra captar la esencia del libro original, una obra aclamada por su dureza, inteligencia y sensibilidad. Hamnet convierte la historia familiar del dramaturgo en una elegía sobre la energía femenina, la intuición y el duelo como fuerza creadora. Mucho más, sobre cómo el dolor puede ser un elemento impulsor en la búsqueda de la belleza. Tópico como suena, la directora logra que el padecimiento por la muerte se convierta en el centro de algo más fuerte, potente y desgarrador.

Por lo que, aunque lo parezca, la cinta no es un drama de época o un biopic sobre su célebre protagonista. En realidad, la apuesta del guion está en desmenuzar todos los eventos que rodearon a William y a Agnes, antes de pasar a la historia de Occidente. Chloé Zhao pone un específico interés en mostrar a ambos como personas comunes, como padres, enfrentando el horror de la pérdida y al final, el miedo a la muerte. Todo en medio de un paisaje atemporal de una aldea remota y rodeada por un bosque eterno, que brinda un contexto visual muy impactante a la cinta.
El amor, el dolor, la angustia en ‘Hamnet’

Por lo que la historia de amor entre William y Agnes no se relata como un romance de época, sino como una colisión de energías. Él busca sentido; ella, conexión. Se casan siguiendo un rito antiguo y, de esa unión, nace Susanna (Bodhi Rae Breathnach). Zhao filma el parto con un respeto casi litúrgico, alejándose del dramatismo para encontrar en el dolor una forma de belleza. Cuando Agnes da a luz bajo el árbol, la película transforma su sufrimiento en una conexión con la tierra y el futuro. De modo que Zhao mira de frente lo que otros directores convierten en tortura: la vulnerabilidad femenina.
Después del nacimiento, la historia se vuelve más sombría. Agnes tiene gemelos, Hamnet (Jacobi Jupe) y Judith (Olivia Lynes), y William parte hacia Londres en busca de fama. Zhao, en cambio, se queda con ella. La cámara sigue sus gestos, su duelo silencioso, su domesticidad convertida en rito. Cuando la tragedia llega —la muerte del pequeño Hamnet—, la película se detiene. No hay música grandilocuente, solo un silencio que duele. Emily Watson, como la suegra, refuerza el clima opresivo de un hogar donde lo femenino está contenido, domesticado, reducido.
El clímax ocurre en el Teatro Globe. Agnes asiste a una función de Hamlet, la obra que William ha escrito para sobrevivir a su propio dolor. En el escenario, un joven actor (Noah Jupe) — el hermano real del niño que interpretó a Hamnet — representa al príncipe danés. Zhao convierte ese momento en la alegoría sobre el duelo más desgarradora imaginable. El hijo perdido revive en el arte, y el arte se vuelve una forma de resurrección. La música de Max Richter, On the Nature of Daylight, cierra la herida con un hilo transparente. Es imposible no quebrarse.

Hamnet no busca reconstruir al Shakespeare histórico, sino desmantelar al genio romántico y revelar al hombre que lloró. Zhao parece decir que todo arte nace de una herida, y que esa herida tiene rostro de mujer. El filme marca su regreso tras el paso fallido por Marvel con Eternals y demuestra que su sensibilidad sigue intacta. Aquí, la pregunta no es “ser o no ser”, sino cómo seguir respirando después del sufrimiento más atroz. Un tema complejo que la directora convierte en una de las mejores películas del 2026 y seguramente, una segura candidata al Oscar.

