‘Christy’, la película más insólita de Sydney Sweeney que deberías ver

‘Christy’, la película más insólita de Sydney Sweeney que deberías ver

Christy, dirigida por David Michôd, ofrece a Sydney Sweeney la posibilidad de alejarse de sus papeles habituales. Por lo que deja atrás a la heroína romántica de Cualquiera menos tú, para indagar en el drama deportivo desde un punto de vista pesimista. La cinta, que cuenta la historia de Christy Martin, explora desde un punto de vista oscuro la vida de la boxeadora, conocida por luchar contra las limitaciones de estatura para triunfar. Pero lo hace desde una premisa intrigante: el personaje no solo lucha por ganar, sino por sobrevivir emocionalmente. Por lo que la cámara de Michôd la sigue con un respeto seco, sin melodrama, como si la violencia fuera un lenguaje que ella domina y que los demás apenas logran traducir.

Christy no aparece como una heroína típica. Viene de Virginia Occidental, con una vida sencilla y una familia que la prefiere dócil antes que libre. Su energía, sin embargo, rompe con lo doméstico. Y cuando entra en el ring, esa tensión se convierte en un espectáculo que mezcla agresividad y liberación. Michôd captura ese contraste con un tono crudo: la euforia del público contra el vacío personal. No hay una sola escena que romanice la victoria. Todo éxito parece tener un precio emocional, y Sweeney se encarga de recordarlo con una interpretación eléctrica, impredecible, brutal.

Así que la trama no hace concesiones acerca de la dura vida de su protagonista y toca en puntos angustiosos. Por ejemplo, el apodo mediático de Christy, la hija del minero, fue idea de Don King (Chad L. Coleman), el promotor que la lanzó al estrellato. La etiqueta funcionó: era perfecta para vender el relato de una mujer ruda con encanto popular. Pero detrás de ese marketing había una historia mucho más amarga. Antes de convertirse en fenómeno deportivo, Christy tenía una relación secreta con Rosie (Jess Gabor).

Una visión honesta sobre la discriminación

Su amor era una chispa clandestina, condenada a apagarse por la hostilidad de una familia católica incapaz de aceptarla. Ethan Embry y Merritt Wever, como los padres, encarnan una rigidez que hiela: una ternura condicionada por el miedo al qué dirán. Esa escena de almuerzo familiar, donde el silencio pesa más que cualquier diálogo, define el tono de la película: en Christy, el peligro no solo viene de los golpes, sino del rechazo.

Lo fascinante es cómo Michôd retrata la homofobia sin sermones ni sobreactuación. Simplemente, está ahí, incrustada en cada gesto, en cada mirada. Christy intenta sobrevivir al entorno como puede: reprimiendo lo que siente, escondiendo su deseo, moldeando su identidad hasta convertirse en lo que los demás necesitan ver. Lo que en otros filmes sería el inicio de una historia romántica, aquí se transforma en una huida. Y esa fuga afectiva será lo que la conduzca, sin darse cuenta, a su siguiente verdugo.

El lado tenebroso de la celebridad deportiva

De modo que entra en escena Jim Martin (Ben Foster), un entrenador de mirada gélida y sonrisa forzada. Al principio parece el típico mentor exigente que busca pulir el talento de su alumna. Pero la película desmonta ese cliché con una lentitud escalofriante. Lo que comienza como entrenamiento se convierte en control, y lo que parecía disciplina termina siendo manipulación. Christy se casa con él, quizá buscando validación, quizá huyendo del vacío familiar. Y es ahí donde Christy deja de ser una película de boxeo para transformarse en una historia sobre abuso y anulación personal.

Foster interpreta a Jim como un hombre incapaz de amar sin destruir. No grita, no golpea (al principio); simplemente impone su voluntad con gestos pequeños, miradas que ordenan, silencios que castigan. Es un villano realista, sin exceso teatral, y por eso resulta aún más aterrador. Michôd lo filma como si fuera un predicador en ruinas, alguien que confunde el control con la devoción. Y frente a él, Sweeney ofrece su mejor trabajo hasta la fecha: su Christy intenta sonreír, maquillarse, ser la esposa normal que todos esperan, pero cada gesto suyo revela la fractura interior.

Una evolución brutal en ‘Christy’

Para su segunda mitad, la película avanza a mediados de los 90. Christy ha cambiado. Ahora es un personaje público que parece sacado de una caricatura de poder femenino. En el ring, es invencible; fuera de él, vive bajo una amenaza constante. Todo bajo el puño de violencia de Jim que la mantiene sometida bajo un brutal ciclo de violencia doméstica. Es en este punto donde Christy alcanza su punto más oscuro: el éxito se convierte en prisión, y la violencia doméstica se confunde con rutina.

La aparición de Don King reintroduce un tono casi satírico. Chad L. Coleman lo interpreta con un carisma siniestro, un showman que convierte cualquier tragedia en espectáculo. Su relación con Christy es simbólica: dos monstruos del mismo circo, uno explotando al otro por conveniencia. Y, sin embargo, hay una extraña conexión entre ellos. King ve en ella una fuerza que el público no puede ignorar, y Christy encuentra en él la excusa perfecta para seguir fingiendo que todo está bajo control. Michôd filma estas secuencias con una energía febril, entre luces de neón y miradas vacías.

Sydney Sweeney brilla en su película menos convencional

A diferencia de Rocky o Million Dollar Baby, Christy no busca redención ni lágrimas de triunfo. El clímax llega sin fanfarria: la protagonista, agotada, rota, se da cuenta de que su peor oponente siempre estuvo en casa. Michôd evita el sentimentalismo y apuesta por un realismo incómodo, donde cada victoria parece una derrota maquillada. La estructura del film, en lugar de ascender hacia la gloria, se hunde progresivamente hacia el silencio, y es ahí donde radica su fuerza.

Sweeney brilla precisamente en la ruina. Su interpretación evita cualquier atajo fácil: no hay heroísmo, solo una mujer atrapada en un sistema que la usa hasta dejarla sin voz. La cámara la acompaña sin adornos, mostrando la brutalidad de la vida fuera del ring. En las escenas finales, su sonrisa postpelea ya no transmite orgullo, sino agotamiento. Una caída en el desastre emocional que demuestra la ambición de Christy para contar el lado oscuro del mundo del deporte.


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