En su estreno en 2023, Percy Jackson y los dioses del Olimpo se enfrentó a un reto. El de superar el fracaso de la franquicia cinematográfica, que acumuló películas poco inspiradas, decisiones creativas que parecían tomadas al azar y un fandom convencido de que la saga merecía algo mejor. Con la llegada de la nueva adaptación a Disney+, la conversación cambió de perspectiva. En especial, porque la producción demostró las posibilidades de una adaptación más fiel, respetuosa y, sin duda, más enfocada en celebrar el espíritu de la obra de Rick Riordan.
De hecho, la serie logró algo que pocas adaptaciones juveniles recientes consiguieron: entusiasmo real. En específico, al demostrar el interés de Percy Jackson y los dioses del Olimpo de tomarse en serio un universo en expansión bien constituido. Ese combustible emocional es el que impulsa la segunda temporada, que tiene la misión explícita de demostrar que el experimento funciona más allá del efecto novedad. Y sorprendentemente, lo logra.
Claro está, no siempre, con elegancia. A veces tropezando. Pero sí, con la evidente decisión de corregir los fallos de la primera entrega, criticada por sus pobres diálogos y cinematografía barata. En sus primeros episodios, la nueva entrega da señales claras de que aprendió de sus propios errores, incluso mientras repite algunos con testarudez casi entrañable. Como si los creadores aceptaran que el viaje hacia la perfección no existe, pero la búsqueda de un mejor ritmo sí. Algo que beneficia sustancialmente a la producción en sus nuevos episodios.
Más monstruos, más caos, más ambición

La historia retoma el hilo un año después de los sucesos de la anterior, con Percy Jackson (Walker Scobell) intentando sobrevivir a lo que básicamente es la adolescencia más peligrosa de Norteamérica. Haber devuelto el rayo maestro a Zeus (Lance Reddick) no le dio vacaciones. Menos aún después de que su amigo y protector, el siempre nervioso Grover (Aryan Simhadri), desaparece mientras rastrea al dios Pan. Annabeth (Leah Sava’ Jeffries) también regresa con la mezcla habitual de intelecto, estrategia y cansancio por tener que salvar el mundo cada semana. El regreso al Campamento Mestizo no trae respiro: el árbol mágico que protege a todos los jóvenes semidioses se está consumiendo, y la sensación de urgencia crece como si alguien hubiera dejado abierta una grieta hacia el inframundo.
El equipo se expande con Tyson (Daniel Diemer), un cíclope cuya presencia podría haber sido una excusa fácil para convertirlo en alivio cómico; pero en lugar de eso, la serie lo trata con una humanidad que sorprende. Este último, Percy y Annabeth reciben la misión de viajar hacia la isla de Polifemo, donde el Vellocino de Oro los espera como un tesoro y como una condena. Mientras tanto, el traicionero Luke (Charlie Bushnell) continúa construyendo sus propios planes con la energía de alguien que nunca supera la adolescencia emocional. El tono de la temporada es más amplio que el anterior, más dispuesto a mezclar aventura juvenil con la escala épica que siempre estuvo en los libros. La sensación general es que por fin la serie no tiene miedo de jugar grande.

Lo más notable de esta temporada es que, por primera vez, el universo de Percy Jackson y los dioses del Olimpo parece respirar con naturalidad. Rick Riordan y Jonathan E. Steinberg están más seguros de la vibra híbrida entre fantasía clásica y humor contemporáneo. La serie navega sin pudor entre monstruos mitológicos y guiños pop, como si ambas cosas hubieran nacido para coexistir. Esa mezcla, tantas veces fallida en otras adaptaciones juveniles, aquí encuentra equilibrio.
Personajes que evolucionan (por fin) con intención

Una de las mayores mejoras de esta temporada es, sin duda, el desarrollo de personajes. Annabeth deja de ser la sombra estratégica de Percy y se convierte en coprotagonista de pleno derecho. La interpretación de Jeffries equilibra vulnerabilidad con liderazgo, y su arco personal aporta una profundidad que la serie necesitaba urgentemente. Percy también encuentra un tono más definido: menos héroe confundido, más adolescente que intenta navegar responsabilidades demasiado grandes con una mezcla de humor, agotamiento y determinación. Walker Scobell encarna ese equilibrio con una soltura que se agradece.
Tyson, por su parte, es una sorpresa agradable. Podrían haberlo reducido a un personaje torpe, pero la serie decide tratarlo con dignidad, afecto y complejidad emocional. Su impacto en Percy es notable: lo obliga a revisar sus prejuicios y, al mismo tiempo, lo empuja a crecer más allá de la clásica figura del héroe elegido. Este trío funciona bien, y su dinámica tiene algo genuino, como si los tres entendieran que el destino del mundo depende de su improbable alianza.

Aun así, relegar a Grover a un segundo plano podría preocupar a algunos fans. Pero la serie lo compensa dándole momentos significativos que influyen en la trama y mantienen viva su esencia. Su ausencia física abre espacio para personajes que en la primera temporada apenas asomaban la cabeza, como Clarisse (Dior Goodjohn), que recibe un arco propio cargado de conflicto moral y liderazgo inesperado. Verla enfrentarse a una tripulación de marineros no muertos es uno de esos momentos que demuestran que la serie entendió el potencial pulp del material original.
Dionisio (Jason Mantzoukas) sigue siendo una mezcla adorable entre maestro cansado y dios que preferiría estar en cualquier otro sitio. Tántalo (Timothy Simons), por otro lado, es lo más cercano que tiene la temporada a un villano irritante del tipo “quiero gritar cada vez que aparece”, aunque en el mejor sentido. Su presencia aporta fricción, incomodidad y un toque humorístico que equilibra la tensión creciente del resto de la trama.
Un futuro que, por una vez, no parece escrito en piedra

Por lo que en la segunda temporada de Percy Jackson y los dioses del Olimpo, la sensación general es clara: esta temporada es una evolución. No perfecta, pero sí un paso firme hacia una versión más pulida de sí misma. La acción crece, los personajes respiran, las misiones importan y el universo se expande con una confianza que la primera temporada aún buscaba. Los problemas siguen ahí — especialmente el exceso de exposición y un arranque irregular — , pero la narrativa mejora de forma constante y la estructura se vuelve más segura. Si el ritmo se mantiene, Percy Jackson y los Dioses del Olimpo tiene material suficiente para extenderse sin desgaste durante varias temporadas más.
Y lo más importante: por fin se siente como una serie que sabe quién es. Una historia que entiende el encanto de su universo y que está aprendiendo a equilibrar humor, aventura y épica sin perder su esencia. No es un milagro olímpico, pero sí un avance sólido. Y en un panorama donde tantas adaptaciones se quedan a medio camino, eso ya es casi un triunfo divino.
